2020

Tengo una voz

La pandemia durante 2020 desnudó, aún más, las desigualdades que cruzan nuestras cuerpas. Esas desigualdades que vemos como normales, y que como demostró el C-19, juegan un papel importante en definir quien se salva y quien no, quien se encierra y quien sale a trabajar y se expone, aunque no quiera. 2020 nos mostró, sobre todo, que el virus más perverso que ataca y mata diariamente, ni vino de China ni se pasa con saliva. Es el macho, es el racista, es el clasista, es el misógino, es el transfóbico, el dictador, el violador, el normalizador de las jerarquías sociales. Vive en todos lados, no hay que importarlo, vive incluso dentro de vos y de mi.

Por eso, en 2020 nos quitamos el tapabocas para encontrar nuestra propia voz, y seguir con ella exigiendo que NADA vuelva a esa normalidad virulenta, y que más bien nos enfoquemos en crear y cabaretear utopías cochonas donde la normalidad sea el amor y el respeto a todo lo que vibra en esta munda. Por eso, además, nos soltamos las manos y aprendimos el arte de “escribir contra sí misma”, contra esa persona que aún está dormida y sigue normalizando las muertes de quienes no calzan en el centrito chiquititito en que se mueven quienes nacen blindados.

Encontrar nuestra voz, o reconocerla, implicó este año sistematizar nuestro trabajo desde 2013 y presentarlo en el espacio virtual; desarrollar el taller de escritura “Ejercicios del “yo” político: colonialidad y racismo en las memorias de la diversidad sexual”, del cual surgió nuestra segunda fanzine; cabareteamos el C-19 con artistas travestis latinoamericanas; desarrollamos un proceso colectivo para diseñar lo que en 2021 será el Archivo de la Memoria Trans Nicaragüense; y para cerrar con broche de oro, lanzamos nuestra página web y sostuvimos un conversatorio con cuirpoétikas de Guatemala, sobre nuestras experiencias como colectivas hermanas en cruzar lo cuir con el feminismo y el antirracismo. Evidentemente, no podíamos despedir este 2020 sin nuestra tradicional fiesta performática: “tengo una voz”.